En memoria de Juan Mariné AEC

Recopilación de textos de compañeros y amigos del maestro.

Benefactor Mariné

En un mundo tan individualista como el presente, personas como Juan Mariné te hacen pensar que aún hay esperanza. Pertenece a ese tipo de seres que, sin proponérselo, enriquecen y estimulan a quienes le rodean. Para mí, el contacto con él supuso algo muy importante porque compartió conmigo sus secretos, si es que Juan tenía secretos que guardar, él, que lo daba todo.

Año 1989. La Mirada va a producir un cortometraje en blanco y negro: Mirando a Laura, dirigido por Ramón Santos. El proyecto encierra una intrahistoria curiosa y muy enriquecedora: la productora, Ana Sánchez-Gijón, que trabaja por entonces como conservadora en Filmoteca Canaria, asiste en Madrid a un curso de restauración de películas que imparte en Filmoteca Española el director de fotografía Juan Mariné. Cuando Ana le comenta que va a producir en Tenerife un corto en blanco y negro, Mariné, con esa bonhomía suya, le hace dos recomendaciones: la primera, comprar el negativo directamente en Kodak Rochester (NY) porque el que se distribuye en España lleva mucho tiempo almacenado y, segundo, trabajar con Vicente Calle en el Laboratorio Riera de Madrid porque es el único técnico que queda que conserva la tradición del blanco y negro. Precisamente con él, Mariné había desarrollado un revelador de gran suavidad para procesar los materiales de reproducción de las películas antiguas que restaura. Así lo hacemos: pedimos a Rochester el negativo (5222) y me pongo en contacto con Vicente Calle haciéndole partícipe de mi deseo de usar el revelador que nos recomienda Mariné. La fotografía del corto es remarcable y una gran parte se la debo a la generosidad y el afecto con el que me hizo partícipe de su universo fotográfico. El corto trajo consecuencias posteriores: Juan Carlos Fresnadillo asistió al estreno y en el cóctel tras la proyección me habló por primera vez de su proyecto en blanco y negro que entonces se llamaba Sorpresa, después Adosados y, finalmente, se estrenaría como Esposados.

Pero antes de llegar ahí, Javier Fdez. Caldas me propuso fotografiar, también en blanco y negro, su cortometraje El último latido. Evidentemente me acogí de nuevo al proceso de Mariné, con el mismo negativo Kodak y el mismo revelado en Riera Madrid. Un regalo. Lo maravilloso del revelador era su suavidad y la perfecta separación de tonos. El último latido es una propuesta mucho más radical que Mirando a Laura por su gran contraste, muy expresionista en el diseño lumínico, y lo que menos quieres en una iluminación así es un revelador duro que no deje ver el sutil tránsito de la luz a la sombra. Ganó el segundo premio del jurado en el Festival de Alcalá de Henares y el premio a la mejor fotografía.

Y llegamos a Esposados. La propuesta de Juan Carlos era interesantísima, lumínica y narrativamente, y requería una transición visual hasta llegar al claroscuro más clásico del Cine Negro. Yo me acogí al axioma del director de fotografía John Alton (1901-1996), maestro del expresionismo en la iluminación cinematográfica: «Blanco y negro son colores», y elaboré una fotografía que evolucionaba con la trama. Y de nuevo, Mariné estuvo presente. Las mismas herramientas. Le envié fragmentos de las pruebas que hice con la 5222 y me dijo una frase que siempre recuerdo: «expón un poco menos para que la imagen te venga más dulce».  Esposados tuvo muchas dificultades en la producción y una de ellas fue la falta de recursos financieros que obligaron a parar el rodaje durante un año. La otra fue que concluido el rodaje de la segunda parte y cuando nos disponemos a enviar el negativo a revelar, el laboratorio Riera en Madrid ha cerrado y Vicente Calle se ha jubilado. Alarma total. ¿Qué hacer? Llamé a Juan Mariné y me dijo que tenía el mismo problema, que estaba buscando otro sitio que pudiera aplicar el proceso y que me avisaría, como así hizo. Un pequeño laboratorio de Barcelona (Polisystem) estaba dispuesto a asumir el revelado del resto de la película y dentro de lo que cabe pudimos salir adelante a pesar de algún problema de sobrerrevelado que también afectó al trabajo de Mariné. Esposados, como es sabido, fue el primer cortometraje español nominado a los Oscar y obtuvo más de cincuenta premios nacionales e internacionales entre los que se encuentra el de mejor fotografía de cortometraje en el Festival Madrdimagen en 1997.

Mi hermanamiento con Juan Mariné me hizo disfrutar esos años de una suerte de participación en el cine de antes, el cine de los clásicos, el cine de siempre. Su esplendidez, humildad y gran calidad humana me hacen sentir afortunado por haberle conocido y, por todo lo que me dio, siempre le estaré agradecido.

Juan A. Castaño AEC

 


 

 

La luz que no se apaga

Hace unos quince años, sonó mi teléfono.
Un número desconocido.
Descuelgo.
“Hola Pol, no sabrás quién soy, pero me han dado tu número y quería preguntarte unas cosas sobre el HD y el 4K. Me llamo Juan Mariné.”

Cómo no iba a saber quién era.
Era como si me llamara la memoria misma del cine.
Una voz que venía de los tiempos del celuloide y la linterna mágica, atravesando décadas de imágenes y revelados, para hacerme una pregunta sobre el futuro.
Así comenzó una amistad que, como la buena luz, no deslumbraba, sino que envolvía. Cálida, constante, generosa.

Con Juan y la maravillosa Carmen compartí almuerzos y sobremesas, paseos llenos de historias que parecían imposibles y, sobre todo, muchas conversaciones donde el cine no era tema: era la atmósfera.
Tuve el honor de acompañarlo ante el público en una proyección de Supersonic Man en Phenomena, y aquella tarde fue, como tantas con él, una escena luminosa de nuestra propia película compartida.

Juan nunca dejó de mirar hacia adelante.
A sus 100 años, aún preguntaba por las nuevas cámaras, por las texturas del digital, por los misterios del HDR.
Curioso como un niño, sabio como un alquimista de la imagen, Juan era un explorador incansable de la luz.
Y es que él no solo rodaba películas: las restauraba, las resucitaba. Tocaba el cine con las manos, y lo devolvía al mundo con amor.

Nos deja una obra inmensa, sí, pero nos deja algo más profundo:
la certeza de que cuando uno vive con el cine en la piel, en la mirada, en el pulso… no se muere nunca del todo.
Juan no se ha ido.
Porque la luz —la buena luz— no desaparece.
Solo cambia de ángulo

Pol Turrents AEC

 


 

En 1999 éramos estudiantes de cine muy jóvenes en la ECAM. De vez en cuando, acompañado de Concha subía de las tripas de la escuela Juan Mariné a darse un paseo e interactuar con los alumnos. Un día nos cogió del brazo a algunos de nosotros y nos enseñó su espacio de trabajo, una sala que parecía la sala de control del Mago de Oz.

Nos contó que tenía un encargo de la Filmoteca francesa y estaba inmerso en ello: una vieja lata de película que parecía más bien «un puré de patatas» por el estado en que se encontraba. A pesar del respeto que nos inspiraba su evidente experiencia y la impresionante maquinaria que manejaba en su taller, su forma de hablar de todo aquello era tan apasionada, tan llena de ilusión, casi como la de un niño, que nos generó cierto escepticismo. Nos costaba creer que esa visión tan idealizada pudiera encajar del todo en la realidad.

Sin embargo, pocos meses después, nos convocó en la sala de proyección de la escuela. Y allí, en la pantalla, se desplegó la magia: esa mini película de Meliés (¡cómo me gustaría recordar el título exacto para poder volver a verla!), una película restaurada, coloreada, increíblemente hermosa. Él estaba sentado en su butaca, observando nuestras reacciones, y luego charló con nosotros con la misma alegría y orgullo de un niño que presenta el trabajo manual en el que ha volcado toda su ilusión.

Esa manera suya de hablar sobre su oficio, esa forma de referirse a la belleza, a la maravilla, a la magia inherente a las imágenes del cine… supuso para nosotros una inyección de ilusión eterna, una especie de mirada infantil recuperada. Nos recordó que, aunque nuestro trabajo a veces parezca puramente técnico, en realidad está conectado con algo muy profundo, muy del alma, muy del espíritu; algo esencial y básico del ser humano. La admiración y cariño por la belleza. Gracias por esa mirada de ilusión y generosidad, mago.

 Ricardo de Gracia AEC

 


 

Siempre tuve admiración y respeto por Juan Mariné, pero fue un día, en la escuela de cine, en particular el que me conmovió profundamente. Me invitó a bajar a los sótanos de la ECAM, donde se escondía su “laboratorio”, con un propósito muy concreto: quería que lo ayudara a crear un sistema que permitiera convertir fotogramas analógicos en imágenes digitales. En aquella época, lo digital en la captación cinematográfica era aún incipiente, casi irrelevante, pero Juan, a su edad, ya vislumbraba su interés.

Él tenía una alguna idea y había montado una cámara Canon digital frente a un negativo —o positivo— iluminado, dispuesta a fotografiar fotograma a fotograma con la cámara fotográfica. Sin embargo, más allá del intento técnico en sí, lo que realmente me fascinó fue su entusiasmo, su sencillez y la pasión con la que me hablaba de la imagen, de cómo transferirla a esa nueva tecnología que lo llenaba de curiosidad. Sí, curiosidad: una palabra que le encajaba como un guante, perfectamente.

Para mí, aquellas pocas horas juntos fueron todo un aprendizaje. Un aprendizaje sobre la humildad de la fotografía hecha aún con las manos, sobre el descubrimiento por el mero placer de buscar, de comprender. Era el arte de la tecnología en manos de alguien que no esperaba nada a cambio, salvo la satisfacción íntima del propio descubrimiento. Juan Mariné no solo fue un gran director de fotografía; acabó siendo un sabio del que, al menos yo, nunca dejaré de aprender.

Alfonso Parra AEC, ADFC

 


 

¡FIN! Así es como terminaban las películas antes. En muchas de ellas participaste tú, con tu luz y con tu sabiduría, cuando fotografiar era casi como hacer alquimia. Hoy te has ido a descansar. Pero no te fuiste al Paseo de la Fama de LA, porque te has marchado a un lugar mejor, te has marchado indefinidamente al interior de cada uno de nosotros, de quienes te hemos seguido y admirado. De nuestro recuerdo y nuestros corazones. Por eso hoy no será un FIN, porque tu legado y tu recuerdo irán más allá de lo que jamás pudiste imaginar.

Aún recuerdo nuestros encuentros contigo en el sótano de la ECAM, en los pasillos, en el hall… y cómo nos absorbías con tu conocimiento, tus anécdotas, tus historias, tu infinita sabiduría. La mayoría de las veces se nos hacía tarde para volver a clase o cumplir con algún compromiso, pero nos transmitías todo con tanta pasión que era imposible interrumpirte.

Años más tarde, ya como alumnO y profesional, volvía a visitarte en tu “cueva” Esta vez llevaba conmigo la cámara, uno de los equipos con los que comencé. Te empeñaste en digitalizar y restaurar el negativo con este sistema. Y vaya si lo conseguiste.

Pedro Fernández . Welab

 


 

Querido Juan Mariné, descansa en paz. Siempre tendrás todo mi respeto y admiración

Juan, maestro, amigo. Nos has regalado muchos momentos maravillosos a lo largo de tu vida, pero yo me quedo para siempre con el recuerdo de esas largas tardes de viernes que pasamos trabajando en el sótano de la escuela. Con ese momento en que Concha te anunciaba mi llegada y, aún con el sopor que provoca la reciente comida, me preguntabas ¿Por dónde empezamos hoy?

Me quedo con la pasión que ponías al contar y con tu siempre contagiosa curiosidad, y te doy las gracias por todo ello.

 Elena Varelo. Doctora en ciencias de la documentación (UCM)

 

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