No me apetecía, pero al final, regreso de unos días de descanso desde el Atlántico portugués. Me encanta ese clima y ese océano impresionante, indiferente a quienes lo miran. Parece que nunca nos espera, pero suelo ir todos los años a verlo, si puedo.
Cuando vuelvo a Madrid esta vez, es final del verano. Es septiembre. Llego a la ciudad y puedo percibir el brillo de la luz del final de esta época del año. Me fijo en esa luz dorada de estos días en Madrid y en las sombras azuladas, moduladas. Estoy volviendo desde la orilla del océano con su atmósfera densa cargada de agua que arrastra el viento, y recuerdo lo que el maestro operador francés Henry Alekan decía sobre la luz : “La luz nos permite pensar”.
Siento que me toca una sensación familiar y pienso en las veces que he visto esta luz. Pero me doy cuenta de que, también, es la primera vez que la veo. La Cinematografía es la captura de la imagen en movimiento, de acuerdo, pero pienso que lo que se mueve en realidad, es la luz, siempre diferente.
Empiezo a recordar la cantidad de luces diferentes que he visto en esta ciudad y las que he intentado “capturar”. No deja de ser curioso que empleemos ese verbo para definir cómo retener algo que es inmaterial, o casi, pero que desde luego es esquivo. La cantidad de emociones que hemos intentado transmitir a través de su sensación y en la cantidad de lugares en que lo hemos hecho.
También de que, dentro de lo cambiante de la sensación de la luz, Madrid es uno de los lugares que recuerdo, que mejor te permiten intuir cómo será ese viaje de la luz, ese recorrido. Quienes nos dedicamos a trabajar y expresarnos con la luz sabemos que Madrid es un lugar con bastante estabilidad, al menos con la suficiente para que puedas previsualizar y anticipar cómo se verán tus imágenes. La luz es única en cada momento y aquí, es excepcional.
Recuerdo haber leído a Wenders escribir “cada película tiene su propia luz y hay que reinventarla cada vez”. No puedo estar más de acuerdo y siento que es ahí donde entra el lugar como fotógrafo de cada uno de nosotros. Nuestra posición personal y también el amor por lo que hacemos y de qué manera lo compartimos.
La luz se mueve con nosotros en un espacio cambiante y no somos nunca los mismos . Qué cambie la luz es nuestra referencia vital y por lo tanto emocional. Madrid puede disfrutar de una luz muy emocional porque en general, es vibrante. En cada momento esa luz es única y personal. Es exclusiva para cada uno de nosotros de forma privilegiada.
Tengo también la sensación de que Madrid “retrata” bien. Pienso que, además de por su luz, es por su escala. Hay algo de escala “humana” de esta ciudad que me conmueve. A veces, mientras camino, miro hacia arriba para ver dónde terminan sus edificios y me sorprende ver la cantidad de calles de la parte central de Madrid que no superan las tres alturas y el bajo cubierta. Esos tejados maravillosos de teja árabe, que conducen las aguas, pero son permeables y porosos a los pensamientos. Aunque reconozco que ahora es difícil caminar por nuestras calles y poder sentir
cómo era realmente la ciudad hasta hace bien poco.
Después de los años de filmar en Madrid, y de la experiencia de rodar en ella con directores con una mirada tan personal como pueden ser Javier Rebollo, Jonás Trueba, Javier Marco o Fernando Franco, me he dado cuenta de que es una fantástica ciudad para contar. No porque pueda tener una belleza más o menos fotogénica, sino porque puede ser mirada como un espacio alejado de un decorado
de postal. Es una ciudad con suficiente personalidad y con tan diversas texturas en sus diferentes barrios que puede regalarnos muchas capas para nuestras historias y nuestras imágenes.
Un escenario magnífico para escenificar, citando a Balzac, la comedia humana.