La palabra “técnica” deriva del griego tekné [τέχνη tékhnē], y señala una habilidad que sigue ciertas reglas y que, por ello, consigue crear algo artificial, que no existía antes; por lo tanto, no es natural. El valor de la tekné no está tanto en el hacer, sino en el desvelar, en el des-ocultar (Heidegger). Es una forma de saber. Para los filósofos griegos, tekné es arte, aunque no solamente eso, y viceversa, el arte es tekné. Esta inexistente duplicidad continuó así al menos hasta la Edad Media, y es con la ilustración en el siglo XVIII cuando técnica y arte comienzan a verse desde perspectivas distintas, dejando la primera para el ámbito de la razón y el desarrollo científico, y la segunda para la subjetividad propia de un individuo o comunidad que, desde su ser mismo, aspira a crear algo que sirva de representación del mundo, y como señala Heidegger , a desvelar o construir un mundo de “verdad”. Esta distinción entre técnica y arte es, pues, algo enteradamente moderno y aparece con la construcción del individualismo y dentro del marco del materialismo histórico, como indica Benjamin “donde las relaciones sociales están condicionadas por las relaciones de producción” . Esto condiciona que no pueda haber una dimensión artística sin una dimensión técnica, siendo esta última una necesidad transformadora de la realidad, y que alcanza su mejor representación en el medio cinematográfico.